La escritora y coolhunter Desiree Bressend de Penguin Random House nos comunica el resultado de su deliberación y da por ganador al relato de Pedro P. González. Al
final de su deliberación decidió habilitar una mención especial con premio para un segundo relato de Pablo Benito ya que el nivel de los presentados ha sido mejor que
bueno. Aparte de los regalos Edge Entertainment, Choose.cthulhu y Nosolorol, la propia autora cedió varios libros para dotar estos premios. ¡Un millón de gracias a todos los participantes y gracias a Desiree por su colaboración y amabilidad!
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Relato ganador Eterno Lovecraft 2019
Relato sin nombre, de Pedro P. González (Kristo Cruster)
Hace tiempo que mis ojos no ven nada, porque hace demasiado que se fueron de mis cuencas. Volaron lejos por el preternatural túnel formado por estrellas que se apagaron hace eones. Ya no los necesito porque clavé un estilete, fino y afilado como aguijón de avispa. Vieron aquello que vive en el manto negro de la noche eterna.
Han observado la degeneración y la monstruosidad que habita en el abismo.
Antes de ser sólo una cabeza que flota podrida en el mar, fui un marinero, rudo, de brazos forjados en el mismo fuego de vulcano y pecho de acero. Nada que temer y nada a lo que no poder hacerle frente. Lo de aquella isla infame, me superó.
La orilla, cuajada de cadáveres y restos de un millón de naufragios. Un sendero enfermo de cuerpos corrompidos, carene gris desgajada por cangrejos. Una ruta enajenada que dirigía a la caverna impía bajo el monte con forma de calavera.
El silencio infinito, la oscuridad que mi antorcha apenas podía combatir, se adueñaba de mis sentidos y mi cuerpo, empujado por el mortecino canto de una sirena invisible.
Caminé por senderos imposibles bajo el corazón laberíntico. Mil esquinazos y mil giros de grados desconocidos que me llevaban al fondo de un abismo, más frío y muerto que lo que está ahora mi corazón.
Bajé durante días, asediado por visiones terribles, abrigado por escrituras infectas y grabados de monstruos olvidados. Una escritura que grababa a fuego un mensaje de demencia y vulgaridad, de sangre y vísceras como el regalo enfermo a un dios demente.
La luz de la antorcha se apagó junto a mis esperanzas de volver. Nadie iba a volver, nadie encontraría nada que no fueran mis huesos. En mi andar errante y alienado, lo encontré.
El vórtice, las nubes de oro y violetas en espirales de locura, nacían en el fondo de la cueva como espirales de gusano. No pude soportar la visión, aquella fuerza inefable y ese olor dulce a la mayor de las corrupciones. Algo vivía allí dentro desde el inicio de cualquier tiempo. Estaba allí desde el principio de cualquier universo.
Corrí a oscuras, escaleras arriba mientras la saliva y la sangre se mezclaba con arena húmeda. Ese ente, esa animosidad, me persiguió durante días. Antes de ver la luz del día, eché mano al cinturón y empuñé la daga. El filo perforó los ojos, derramando el horror que nunca tuve que haber visto.
Mi cuerpo yace en la playa, devorado por cangrejos y alimañas. Formo parte del ejército de muertos que despertaron a lo que debe permanecer dormido.
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Mención especial Eterno Lovecraft 2019
Relato sin nombre, Pablo Benito Serrano
Dos ligeros golpes, un crujido y el crepitar de unos huevos friéndose. Esos ruidos eran la rutina cada mañana de Derek Mattsen. A continuación, recogería sus bártulos de caza, se enfundaría su abierto de piel y saldría en busca de algún animal. La carne fresca y las pieles son parecidas en el pueblo de Blackwood, sobre todo con el incipiente crecimiento turístico. Pero el ruido frente a su porche le hacía presentir que su mañana no iba a ser normal. A través de la ventana, la inconfundible figura de Norman Kent se acercaba con un gran saco a sus espaldas.
Dos golpes secos resonaron en la puerta. Derek, tras una pequeña mueca de desagrado, abrió la puerta. El saco se desplomó en el suelo, dejando entrever en su interior un gran manto emplumado y un cráneo de ciervo macho.
– Buenos días, Derek – dijo Norman mientras se secaba el sudor de la calva con la manga-. Lamento presentarme tan temprano, pero quería enseñarte esto. Ya está casi todo a punto.
– Ya veo, pasa – dijo Derek secamente.
– Tenemos a dos más dentro. Adam, el pescadero; y a Liam, de la tienda de repuestos -. Hace una pausa mientras carga el saco hasta el sobrio salón. Entre el escaso mobiliario, destacan varios trofeos de caza en la pared. – Bonito salón -añadió y prosiguió.
– Bueno, ya tenemos el traje. Con unos consejos tuyos, vamos a poder dar vida a toda una monstruosidad-. Sonrió – si todo sale bien, nadie querrá venir al estúpido complejo de Henry Blackwood.
– Es un plan estúpido. Crear y representar un cuento para niños.
– Los turistas son estúpidos, Derek. Y miedosos. Cuentas un par de historias locales, sacas un cadáver de vaca o caballo y tiras un poco de sangre de conejo sobre sus alojamientos. Antes que la verdad salga a la luz, el daño está hecho y habrán salido por patas.
Derek torció el gesto. No por el comentario de Norman, sino por el olor a quemado procedente de la cocina. Es cierto que tanto turista interfiere en su tranquilidad y actividades.
– Y bien, ¿tienes alguna historia para inspirarnos?
– ¿Te he contado alguna vez aquella ocasión en la que me perdí en una ventisca, junto a una partida de caza? Salió en muchas portadas locales.
– No, pero cierto es que lo leí en el Journal. Espera, ¿fuiste tú el superviviente? Nunca encontraron al resto.
(Y no lo harán.)
Derek asintió.
– Hace veinte años, salí con una partida de cuatro cazadores hacia la frontera canadiense. Llevábamos tres días de marcha cuando una ventisca nos sorprendió. El viento aullaba y creíamos oír voces, como un cantar que se mecía entre los árboles.
(Voces penetrantes hasta los huesos, cristalizando el espíritu. Notábamos su mirada desde los árboles. Nos observaba.)
– Continuamos andando hasta que nos encontramos un oso muerto. Congelado, como un cristal de una pieza, en medio de la nada. Entonces, algo nos sorprendió. Una criatura saltó desde los árboles. Era velluda, con protuberancias que atravesaban carne y piel, y unos ojos negros.
(No hubo criatura alguna. El viento soplaba tanto que casi cortaba nuestra piel, y entonces se detuvo. Silencio total. Una presencia paseaba entre nosotros, y un olor a carne cruda nos embriagaba. Un sentimiento de ansia nos invadía y distorsionaba los sentidos.)
– Disparamos y corrimos. La ventisca nos cegaba y no sabíamos dónde íbamos. Pero oíamos en todo momento sus pisadas alrededor y el crepitar de las ramas a su paso.
(Corríamos descorazonados, perseguidos por un terror preternatural que nos espiaba. Nuestras cabezas no paraban de oír una respiración, ni de sentir un frío aliento en la nuca, ni la sangre fresca en la boca. Ninguna ventisca nos cegaba.)
– Llegamos a una cueva, donde creímos despistar a la bestia. Pero la tormenta no amainaba, y la comida se acababa…
– Oh, no. Por favor, dime que… – musitó Norman.
(Sí, En la cueva, todo se intensificó. Las voces y el ansia no se detuvieron. Un instinto nos invadió, algo primordial, y antes de parpadear comenzamos a desgarrarnos entre nosotros. Cuando todos yacieron a mis pies, con sus gargantas laceradas, el ansia no se detuvo. Y me alimenté, me alimenté hasta reventar de sus cuerpos muertos. Y entonces, en un lago de hielo, lo vi. No mi reflejo, sino una criatura de otro mundo, impávida. Sus ojos vacíos atravesaban mi alma, su pelo blanco era mecido por el viento y un vaho sanguinolento surgía de sus fauces. Y entonces, solo entonces, en mitad de aquella degeneración, me sentí completo.)
– No, la criatura nos sorprendió. Conseguí huir de la cueva, pero el resto no tuvo tanta suerte. Solo corrí, sin detenerme.
– Dios mío, es horrible… ¿Y cómo se llama esa criatura?
Derek meditó, mientras pensaba en cómo la carne fresca de su almacén se agotaba, cómo la desaparición de un par de turistas no sería advertida, y cómo usando a estos necios podría sentir esa sensación de nuevo.
– El Wendigo.